Con la reforma del artículo 27 de la Constitución mexicana y la
aprobación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), se
promovía, desde el estado y los sectores empresariales mexicanos, un proceso de
cambio dentro del sector agrícola.
A partir de entonces, comenzaba un período de modernización y
progreso para el campo mexicano, donde
las principales medidas dispuestas eran
la privatización del ejido y la concentración de la posesión de tierras.
En contra de esta corriente neoliberal que bañaba buena parte del
continente latinoamericano durante la década del ´90, se produjo un levantamiento en el sureste de México. El
Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), dijo ¡Ya basta! en enero de 1994. Mediante esta insurgencia, se
intentaba forjar un cambio profundo en la composición futura de la nación. Se
problematizó sobre la cuestión indígena y se abrió un canal de diálogo para un
amplio sector de fuerzas políticas y sociales que se encontraba sin
participación activa en el debate político, intentando romper con la hegemonía impuesta
desde el sistema político tradicional y los medios de comunicación de este
país. De este modo, colocó en la agenda política una serie de temas de los
cuales no se hablaba hasta entonces, no tenían visibilidad social. Se hizo
notoria la falta de representación política del sistema de partidos mexicano y la imagen estereotipada de los indígenas basada en el
lugar común y en el paternalismo tendió a desarticularse. El fenómeno zapatista alcanzó una
importante legitimidad social a partir de las demandas en contra del proceso de
modernización del campo, que dejaba sin alternativas a un amplio sector de la
población campesina e indígena.
Nuevos Movimientos Sociales
Durante estos últimos veinte años, se observa un
fenómeno social semejante en los países latinoamericanos. Luego de una década
de práctica neoliberal en buena parte de la región, el resultado fue una
creciente exclusión social de amplios sectores de la población. Se comienza a observar desde otra perspectiva al Estado
y el sistema democrático. Se rompe con los tradicionales mecanismos del modelo
de representación democrática y se busca una salida de la crisis por medio de
nuevas formas de socialización y cooperación entre los distintos sectores
sociales afectados.
En este contexto surgirán los nuevos movimientos
sociales (NMS), que intentarán distintas alternativas para escapar a esta
crisis que los colocaba en una situación de gran incertidumbre económica y ante
el temor de la exclusión social. Serán organizaciones o movimientos
heterogéneos, desarticulados, con una gran variedad de demandas y una forma de
acción espontánea, de poca previsibilidad y, en la mayoría de los casos,
decidida al calor de los hechos. Ante el vacío de poder político que se había
sucitado, existió una postura de resistencia por parte de la sociedad a volver
a insertarse en el sistema de partidos tradicional, expresando que su posición
es más radical, aspirando a una modificación sustancial de la política
tradicional y la representación política-democrática.
Estos nuevos colectivos sociales se distancian de
los partidos de izquierda clásicos, ya que no pregonan la toma del poder, y se
alejan de las estructuras sindicales clásicas donde se hacen peticiones
políticas y económicas particulares.
La forma organizativa del Zapatismo implica el
autogobierno y la horizontalidad de los vínculos. Se plantea la idea del
“mandar obedeciendo” como práctica política, donde las decisiones centrales del
movimientos las toma la base del mismo, pudiendo destituir a quien no
represente de forma cabal los intereses mayoritarios.
Los comunes
se rigen a través de la modalidad de propiedad colectiva, estableciendo una
autogestión por parte de los campesinos e indígenas que habitan la región. De
esta manera se garantiza el bien común para todas y todos, donde la
participación activa de la comunidad en la toma de decisiones resulta imperiosa
para evitar la estructuración jerárquica de la política.
Críticas
La crítica más común que se le realiza al zapatismo es la ausencia
de un fuerte componente indígena dentro del movimiento o la falta de
protagonismo de los mismos a la hora de tomar las decisiones competentes para
el avance del movimiento. Esta acusación se centra en la idea racista de que
los indígenas son manipulados por los líderes del movimiento, entre ellos
Marcos, y se los induce a sostener un proyecto anti-capitalista, “violento”,
del cual no poseen una idea clara y conciente de lo que significa y qué se
propone.
Sin embargo, se puede afirmar que el zapatismo constituye el movimiento
indígena más importante de México. Además constituye un grupo armado, regional
y comunitario, donde conviven organizaciones sociales católicas, comunidades de
Chiapas y sectores de la izquierda mexicana e internacional.
En cuanto a la relación con la sociedad mexicana, se puede
observar una intención concreta del movimiento zapatista a estar abierto al
diálogo y promover políticas conjuntas con el resto de la sociedad, es decir,
evitar el sectarismo y el recluimiento, términos sumamente empleados al momento
de analizar al zapatismo.
Ejemplos de esto son: en 1994,
la Convención Nacional Democrática, un cónclave que reunió en Chiapas a
cientos de organizaciones de todo el país; en 1996, los diálogos de San Andrés
convocaron a dirigentes, intelectuales y personalidades políticas a discutir
los temas de una agenda de derechos indígenas; en 2005-2006, la otra campaña, una
iniciativa política no partidaria, no electoral, que promovía la formación de un proceso de cambios políticos de corte
anticapitalista.
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