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martes, 13 de julio de 2021

Jair Bolsonaro, el alter ego del establishment brasileño

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Jair Bolsonaro, el alter ego del establishment brasileño

10/07/2021

Foto: Andre Borges / AFP

Por: Ricardo Romero

Politólogo UBA/ Analista Internacional

Es difícil catalogar a Jair Bolsonaro como un outsider de la política, más cuando se inició de concejal en Río de Janeiro en 1988 y fue diputado federal desde febrero de 1991 hasta que asumió la presidencia. Sin embargo, es un lumpen (marginal excluido) del establishment brasileño. Un capitán fracasado del ejército, supo hacerse en el entramado de la corruptela parlamentaria y salir a flote en el Impeachment a Dilma Rousseff, haciendo de alter ego de la derecha brasileña, reivindicando al torturador de la militante de izquierda. Sin embargo, no proviene de la derecha partidaria participante de los gobiernos de Brasil.

El huevo de la serpiente fue cobijado durante el armado de ese Golpe de Estado contra la gestión petista y la proscripción de Luiz Ignacio Lula Da Silva. Sin ser el proyecto original de la derecha clásica buscaba entre sus cuadros el relevo de Michel Temer. Pero ni el MDB (Movimiento Democrático Brasileño), ni el PSDB (Partido de la Social Democracia Brasileña) logró instalar una candidatura competitiva; tanto que ni el emedebista Henrique Meirelles ni el tucano Geraldo Alckmin lograron colocarse como alternativa al candidato de la izquierda, el petista Fernando Haddad.

A pesar que algunos poderes fácticos como la Rede Globo intentaron evitar la elección de Jair Bolsonaro, lo cierto es que gran parte del espectro de derecha se conformó con su elección ante una posible vuelta del PT, considerando que la gestión Temer ya había hecho el ajuste neoliberal. No obstante, Bolsonaro fue más allá y a la égida ortodoxa le sumó una política reaccionaria y conservadora que retrotrae avances en derechos civiles a casi el medioevo.

De hecho, si hoy no prospera el super pedido de Impeachment con la unión de 120 solicitudes de juicio político bajo la acusación de 23 delitos planteados por partidos políticos, movimientos sociales, intelectuales y referentes de diferentes espectros e ideologías, es por el bloque que comanda en la Cámara de Diputados, Arthur Lira, con la connivencia del neoliberalismo partidario expresado por el MDB, el PSDB y los Demócratas (ex Partido Federal Liberal), aún acompañan un fuerte plan de privatizaciones de Bolsonaro, y la custodia de los militares.

La tragedia de la derecha es que el principal líder de la izquierda, Lula, se posiciona en todas las encuestas como ganador en una contienda electoral. Para colmo de males, solo Bolsonaro sustenta aún una porción considerable del electorado, quedando bajo disyuntiva de acompañar o sumarse a la propuesta de Unidad Nacional de Lula. No obstante, lo peligroso para todo Brasil y la región, es que Bolsonaro ya está cuestionando el mecanismo de elección, anticipando un fraude que podría dar pie para un futuro incierto para la democracia brasileña.



Los outsiders complican a la derecha

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Los outsiders complican a la derecha

10/07/2021

Foto: Marvin Recinos / AFP

Por: Ricardo Romero

Politólogo UBA /Analista Internacional

Ante la crisis de los partidos políticos de derecha en el continente, las élites latinoamericanas recurren a incluir a personajes “outsiders” de las estructuras electorales. El esquema cierra si esa figura responde a los designios del poder, como el caso de Mauricio Macri-Argentina o Luis Lacalle Pou-Uruguay. Sin embargo, entran en tensión cuando toman autonomía relativa como en Brasil, o se enfrentan al poder como en Haití o El Salvador.

De hecho, el magnicidio del presidente Jovenel Moise en Haití interroga hasta dónde condicionan los poderes fácticos a los gobiernos, no solo los denominados populistas, sino también, a quienes quieran mantener juego propio. Esta media isla, donde se dio el primer grito de independencia del continente y hoy es el país más pobre de la región, está subsumida en la pobreza e indigencia, castigada por la inclemencia climática y las consecuencias de la pandemia, por lo que vive de crisis política permanente, y se podría afirmar que el asesinato del presidente sería algo esperable, sin embargo, es conveniente indagar su motivo.

Justamente, Moise fue elegido desde su perfil de empresario, siendo un ignoto en la política de ese país hasta que el exmandatario Michel Martelly lo bendijo como candidato de un partido, que él mismo fundó en 2012. Pero, tras sortear un complejo proceso electoral que culminó con su consagración, el complot constante, acompañado por las protestas ante la crisis económica y las acusaciones de corrupción, presionó para que dejara el mandato lo antes posible. La oposición articulada en el Parlamento llevó a Moise a disolverlo y gobernar por decreto, tocando algunos intereses del establishment y que esta muerte permitirá volver a reestablecerlos.

Un caso que también pone en tensión a un establishment local es el de El Salvador, bajo la presidencia de Bukele. Un joven millennial de 39 años, quien se impuso como una superación del bipartidismo salvadoreño, especialmente superando la gestión del FMLN (Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional) y dejándolo como una nueva derecha.

Sin embargo, el incremento de su popularidad le permite sumar expresiones de izquierda, como la exguerrillera disidente María Ofelia Navarrate, por lo que hoy está bajo la lupa del poder fáctico de ese país y el conflicto está latente y en puerta. «


Un impeachment más complejo

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Un impeachment más complejo

La entretela del pedido de juicio politico que la oposición espera poder sustanciar contra el presidente de Brasil.

03/07/2021

Foto: Evaristo Sa / AFP

Por: Ricardo Romero

Analista Internacional, Politólogo (UBA)

En la agenda política brasileña nuevamente se pone un impeachment como salida a una crisis política. Los anteriores fueron en 1992, contra Fernando Collor de Mello y en 2016 contra Dilma Rousseff. Ahora, las movilizaciones convocadas por Organizaciones sociales nucleadas en la Central de Movimientos Populares (CMP), con el apoyo de partidos de oposición, irrumpieron este 3J en más de 340 ciudades de Brasil y el exterior con la consigna “Fora Bolsonaro”, poniendo ese escenario como posible cierre del gobierno del ultraderechista.

La caída de Bolsonario podría ser un desenlace esperado, teniendo presente que a las manifestaciones populares se le suman 123 pedidos de impeachment, que se acumulan en la Cámara de Diputados de ese país. Además, el mandatario brasileño está acusado de 23 delitos, la mayoría relacionados a su gestión ante la pandemia del Covid-19, que son evaluadas por una Comisión Parlamentaria de Investigación (CPI) del Senado Federal.

Al comparar la situación con los casos anteriores, la posibilidad de que se concrete el impeachment se hace remota, más allá de algunas similitudes. De hecho, también existieron fuertes movilizaciones durante el gobierno de Collor de Melo, especialmente del movimiento “Caras Pintadas”, una irrupción del “baby boom” juvenil posdictadura, que sumado al desprecio que, al igual que Bolsonaro, Collor tenía al Parlamento, provocó la formación de un bloque, que (con 441 votos a favor y 33 en contra en Diputados; y 76 votos a favor y 3 en contra en Senadores) terminó con su destitución en diciembre de 1992.

Si bien también existieron movilizaciones contra Dilma, especialmente de sectores medios altos, cabe señalar que también se manifestaron sectores populares contra lo que consideraban un golpe de Estado, porque la destitución estuvo centrada en las acusaciones del Parlamento, que no fueron por corrupción, sino que se fundamentó en una práctica cotidiana en la administración pública brasileña, la pedaleada fiscal que violaría la Ley de Responsabilidad Fiscal. En este caso, consistió en financiar gasto social del año en curso con préstamos de la banca pública para cubrirlos con presupuesto del año subsiguiente, algo que se consideró como mala praxis de gestión.

El Partido dos Trabalhadores (PT) encabeza el pedido de superorden de impeachment, acompañado por aliados como el Partido Socialismo y Libertad (PSol); el Partido Socialista Brasileño (PSB); el Partido Democrático Trabalhista (PDT); o el Partido Comunista do Brasil (PCdB). Incluso, el pedido es apoyado por diputados de derecha, como Alexandre Frota (Partido de la Social Democracia Brasileña), Kim Kataguiri (Demócratas) o Joice Hasselmann (Partido Social Liberal) del mismo partido que permitió la elección de Bolsonaro. Además, suma el apoyo de organizaciones como la CMP; el Frente Brasil Popular; la Asociación Brasileña de Juristas por la Democracia (ABJD) y la Coalición Negra por los Derechos.

Sin embargo, pareciera no alcanzar para la destitución de Bolsonaro. Porque el factor que precipitó la caída de Collor de Melo y Dilma Rousseff es lo que no se encuentra en este contexto: el epicentro del bloque destituyente que en esos casos fue el MDB (Movimiento Democrático Brasileño), un partido que surgió como contraposición a la dictadura brasileña (1964-1985) y que tiene un despliegue territorial que sustenta una participación institucional y legislativa clave en la política brasileña.

En ambos casos, el MDB tuvo la capacidad de encabezar una coalición parlamentaria, teniendo dos figuras institucionales como reemplazo, Itamar Franco en 1992 y Michel Temer en 2016, en tanto que quien hoy podría reemplazar a Bolsonaro, Luiz Ignacio Lula Da Silva, no tiene la facultad institucional de ser elegido por impeachment y debería esperar una elección popular.

De hecho, una destitución podría dejar a Hamilton Mourão en la presidencia, un representante del poder fáctico que sustenta al gobierno, las Fuerzas Armadas, que cuenta con una inserción importante en el parlamento y en el ejecutivo nacional, y hoy apostaría por sostener a Bolsonaro y es la clave para explicar su subsistencia.



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