Pareciera ser que Argentina y Brasil fuesen países muy similares. Si vemos sus ciclos económicos y políticos se asemejan: República Conservadora –Velha; Perón – Vargas; Frondizi – Kubitschek; Dictaduras; Alfonsín - Sarney; Menem - FHC; Kirchner – Lula; y Macri - Temer. Sin embargo, si bien Argentina y Brasil viven ciclos económicos y políticos bastante similares, sus estructuras son bien diferentes. 
Podemos caracterizar al verde-amarelho como un país de desarrollo con fuerte desigualdad, en tanto que el blanqui-celeste cuadra como nación en desarrollo. ¿Qué implica eso? Que Brasil logró consolidar una base industrial en el conurbano paulista que lo coloca como una de las economías que disputa el top ten del escenario mundial. En tanto que Argentina no logró consumar la expansión de sector secundario, por el contrario, fortaleció la dependencia exportadora con dependencia financiera. En ese sentido, la inserción internacional brasileña es más amplia que la argentina.
Contrapuesto a esto, la riqueza en ambos países está distribuida de manera desigual. Si bien el PBI brasileño es casi cuatro veces mayor, el per cápita argentino es superior. A su vez, en Brasil, no se logró revertir concentración económica derivada del milagro económico de su industrialización. Su índice de Gini estuvo en promedio de 59,5 desde 1980 quedando en 51,5 en la actualidad. En tanto que, Argentina tuvo una concentración fuerte durante los años noventa, que alcanzó un pico de 53,8 en 2002 y logró una mejora en la distribución, alcanzando un 42,5 en 2015. Sin embargo, vuelve la tendencia a la concentración al igual que el país vecino. Mientras que, el índice de desarrollo humano en Argentina es de 0,827 y por su parte, Brasil está en 0,754. A su vez, el salario mínimo argentino es de unos U$S 500 frente los U$S 300 de un brasileño.
En lo que se parecen Argentina y Brasil es la orientación política de sus gobiernos. Tras una fase de neodesarrollismo en ambos, la victoria de Mauricio Macri y la asunción de Michel Temer, tras un impeachment, se reorienta la agenda de gestión hacia la reducción tanto de salarios como de derechos adquiridos. En el caso brasileño, avanzó con una reforma laboral que instala relaciones esclavizantes en el mundo del trabajo, camino que intenta seguir el argentino, que estableció cambios en el sistema previsional que se intenta imitar en el otro país.
Al gobierno argentino le va un poco mejor en términos políticos, quizás por su legitimidad de origen. A pesar de los ajustes que reorientaron regresivamente el reparto de riqueza, logró sortear con relativo éxito las elecciones de medio término. Y si bien tiene una retracción en el apoyo de la gestión, en tanto la oposición se mantenga fragmentada, todavía mantiene la capacidad de ganar elecciones, especialmente por tener nombres de relevo al actual Presidente.
En tanto que en Brasil, la imagen y apoyo del gobierno está por el piso, y además del descontento popular, el establishment no logra generar una candidatura de confianza que pueda derrotar al principal dirigente opositor, Ignacio Lula Da Silva. En tanto no lo consiga, está recurriendo a una lawfare (guerra jurídica) que podría derivar en la proscripción del candidato y un eventual impasse en la democracia brasileña. El proceso brasileño es clave, porque el regreso del Partido dos Trabalhadores al gobierno podría interpelar también el escenario político argentino y favorecer una recomposición del proyecto neodesarrollista que oportunamente encabezó Cristina Fernández de Kirchner.
En un contexto mundial, que a diferencia de los noventa, no abre una fase expansiva de la economía, el contexto político de ambos países pareciera sumergirse en las tensiones de un neoconservadurismo que regresa a la región, con políticas de ajuste neoliberal y acciones antidemocráticas que socaban las democracias y que llevan a la instalación de dictaduras republicanas, bien alejadas de la voluntad popular.
*Licenciado y Profesor de Ciencia Política UBA. Observatorio Política Latinoamericana. Twitter: @Richardbsas