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Intervenciones mediáticas en América latina
Año 7. Edición número 314. Domingo 25 de Mayo de 2014
Concentración y política. El panorama de los medios hegemónicos en América latina es revelador: los grupos que dominan canales de televisión, radios, diarios y revistas coinciden en un mensaje afín al interés de los capitales trasnacionales.
Cuatro empresas concentran el 60% de la rentabilidad y audiencia del continente.
Generalmente, la derecha propone una visión inmaculada de los medios de comunicación. Con citas refinadas de Alexis de Tocqueville, sugiere que es el cuarto poder de una república porque garantiza la libertad de expresión de una sociedad. Sin embargo, el argumento se desmorona como castillo de naipes al analizar la concentración mediática en América latina, y se podría decir del mundo también, especialmente centrado en una lógica liberal donde el monopolio comunicacional obstruye la competencia y pluralidad de voces y alternativas de pensamiento.
Y el planteo de concentración no es un discurso abstracto, sino un proceso concreto que comenzó durante las intervenciones militares en el continente, donde la mayoría de los gobiernos de facto avanzaron en la centralización de los medios para lograr un control efectivo de los contenidos político-culturales de los mismos. Uno de los casos emblemáticos es el que diseño que hizo la Dictadura Militar Brasileña (1964-1985), que para hacer efectivo el control informativo avanzó sobre los pequeños medios gráficos y centralizó en empresas de comunicación masiva, dando como principal resultado en 1965 la formación de la Televisión Globo, junto a un diario que por primera vez logró la distribución nacional, el Jornal Nacional. A partir de la suma de otros espacios informativos constituirá la Rede O Globo, y la paradoja es un monopolio que nació para controlar y hoy se manifiesta a favor de la libertad.
En tanto que el caso argentino es diferente; la Dictadura Militar Argentina (1976-1983) centralizó en poder estatal los principales medios y, posteriormente, con las privatizaciones realizadas en la fase neoliberal de los noventa fueron otorgados a empresas que abarcaron diferentes rubros de comunicación, especialmente al Grupo Clarín. Tal como señalan dos investigadores de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, Guillermo Mastrini y Damían Loretti, la concentración mediática en América latina se expresa en que tan solo cuatro Grupos (Globo, Cisneros, Clarín y Televisa) concentran el 60% de las rentabilidades del sector en el total de los mercados y de las audiencias. Así, la Globo en Brasil concentra el 16,2% de los medios impresos, el 56% de la TV Abierta y el 44% de la TV paga; en tanto que Clarín en Argentina controla el 31% de la circulación de periódicos, el 40,5% de las ganancias en TV abierta y el 23,2% del Cable; en tanto que en México un duopolio (Televisa y TV Azteca) emiten el 98% de la producción televisiva.
Estos grupos son operados por distintos clanes, como los Noble en el Grupo Clarín, que junto a los Noble, Mitre, Fontevecchia y Vigil concentran los medios en Argentina. Y si recorremos el mapa de concentración familiar en el continente, podemos ver lo mismo en Brasil, con los Marinho, Frías, Collor y Sarney (estos últimos son el apellido de dos expresidentes) que se apoderan de gran parte de las comunicaciones; o a Slim, que es hegemónico en México; o que los Edwards, Claro y Mosciatti se distribuyen el mercado en Chile; así como los Cisneros y Zuloaga en Venezuela; los Rivero, Carrasco, Duero y Tapia en Bolivia; los Chamorro en Nicaragua y los grupos de Santo Domingo y Santos en Colombia. En tanto que en Ecuador, son 19 las que tienen las 298 de 384 frecuencias de TV abierta y 45 familias poseen el 60% de las más de mil concesiones de radio AM y FM.
A su vez, estas empresas familiares están aliadas a corporaciones transnacionales como la News Corporation, Viacom, Time Warner, Disney, Sony y Prisa, que se relacionan a estos grupos multimediáticos regionales para la provisión de productos y servicios audiovisuales, incluso adquiriendo activos y ocupando lugares en sus estructuras de gestión. Como resultado directo, el 85,5% de las importaciones audiovisuales de América latina proviene de los Estados Unidos, compuesto de más de 150 mil horas de films, series y eventos deportivos de ese país, presentados por emisoras televisivas del continente.
Este escenario tiene impactos negativos para la región, porque la concentración mediática en América latina provoca la exclusión de otros operadores que no pueden competir contra los precios predatorios que sostienen estas empresas, además de los controles oligopólicos sobre la producción, distribución y difusión de contenidos, a través de patentes y derechos de propiedad intelectual por parte de estos grupos. La entrega de los premios Martín Fierro en Argentina mostró un ejemplo de cómo los medios concentrados abandonan áreas de cultura o formación educativa, que son abordados por la TV pública que obtuvo 5 reconocimientos esas áreas, y se concentran en formatos de entretenimientos, de mayor rentabilidad por audiencia. Además, la transnacionalización de contenidos reduce la presencia de identidades nacionales o regionales, resignificando valores y sentidos históricos de la sociedad. Por ejemplo, en plena integración con Brasil no existen canales brasileños en la programación de ese país.
Y el tema no se cierra en una cuestión de negocios económicos, también se manifiesta en lo político. En defensa de sus posiciones dominantes en los mercados de información y comunicación, los grupos concentrados operan sobre el poder político para lograr sostener una escasa regulación o liberalización del sector. Mientras los gobiernos acompañan sus estrategias comerciales y empresariales, reciben protección mediática, en tanto que se cuestione sus intereses cierren filas contra los mismos, incluso de manera manifiesta, como lo hace el Grupo de diarios de América, fundado en 1941, que nuclea a once diarios de países de la región: La Nación (Argentina), O’Globo (Brasil),El Mercurio (Chile), El Tiempo (Colombia), La Nación (Costa Rica), El Comercio (Ecuador), El Universal (México), El Comercio (Perú), El Nuevo Día (Puerto Rico), El País (Uruguay) y El Nacional (Venezuela), que abiertamente se opone a los gobiernos del llamado “arco progresista” y opera contra ellos. Este conjunto de periódicos tiene un alcance de 5 millones de ejemplares por día y una tirada que llega a 10 millones los domingos.
Más aún, frente a la crisis de los partidos tradicionales, las clases dominantes del continente se expresan a través de estos medios, en alianza con cadenas internacionales, enfrentándose a los gobiernos populares de la región. Por eso, sostener la idea de un periodismo independiente en un contexto de monopolización y confrontación política, al menos peca de ingenuidad y no comprende su alienación laboral, o actúa como la Sociedad Interamericana de Prensa, compuesta por los dueños de las corporaciones mediáticas, en representación de una seudo-libertad de opinión frente a los “presidencialismos” agobiantes de América latina.
Pero en este contexto, no es casual que los gobiernos de América latina se preocupen por los Medios de Comunicación, pero no para restringir la libertad de expresión, sino para garantizar su pluralismo. Y esto no es una agenda sólo de los gobiernos de izquierda, forma parte también de las políticas públicas de los gobiernos conservadores, como Colombia, México o Chile, antes de Bachelet, donde se avanzó hacia una legislación de medios comunitarios y recientemente recibió una crítica del Departamento de Estado Norteamericano, que en su reporte anual de prácticas de DDHH advirtió que si bien “la constitución provee de libertad de discurso y de prensa, y el gobierno respeta estor derechos, la mayoría de los productos mediáticos se encuentran en las manos de dos importantes empresas familiares, Copesa y El Mercurio”. En tanto que México y Bolivia propiciaron cambios constitucionales, y en Venezuela en 2004 y Argentina en 2009 se generaron nuevos marcos regulatorios, en Colombia y Brasil el debate está presente en las agendas electorales de este año. Sin duda, la desconcentración y el pluralismo de los medios de comunicación son un desafío pendiente de las jóvenes democracias latinoamericanas que se enfrentan a estas nuevas oligarquías de los monopolios multimediales.
Y el planteo de concentración no es un discurso abstracto, sino un proceso concreto que comenzó durante las intervenciones militares en el continente, donde la mayoría de los gobiernos de facto avanzaron en la centralización de los medios para lograr un control efectivo de los contenidos político-culturales de los mismos. Uno de los casos emblemáticos es el que diseño que hizo la Dictadura Militar Brasileña (1964-1985), que para hacer efectivo el control informativo avanzó sobre los pequeños medios gráficos y centralizó en empresas de comunicación masiva, dando como principal resultado en 1965 la formación de la Televisión Globo, junto a un diario que por primera vez logró la distribución nacional, el Jornal Nacional. A partir de la suma de otros espacios informativos constituirá la Rede O Globo, y la paradoja es un monopolio que nació para controlar y hoy se manifiesta a favor de la libertad.
En tanto que el caso argentino es diferente; la Dictadura Militar Argentina (1976-1983) centralizó en poder estatal los principales medios y, posteriormente, con las privatizaciones realizadas en la fase neoliberal de los noventa fueron otorgados a empresas que abarcaron diferentes rubros de comunicación, especialmente al Grupo Clarín. Tal como señalan dos investigadores de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, Guillermo Mastrini y Damían Loretti, la concentración mediática en América latina se expresa en que tan solo cuatro Grupos (Globo, Cisneros, Clarín y Televisa) concentran el 60% de las rentabilidades del sector en el total de los mercados y de las audiencias. Así, la Globo en Brasil concentra el 16,2% de los medios impresos, el 56% de la TV Abierta y el 44% de la TV paga; en tanto que Clarín en Argentina controla el 31% de la circulación de periódicos, el 40,5% de las ganancias en TV abierta y el 23,2% del Cable; en tanto que en México un duopolio (Televisa y TV Azteca) emiten el 98% de la producción televisiva.
Estos grupos son operados por distintos clanes, como los Noble en el Grupo Clarín, que junto a los Noble, Mitre, Fontevecchia y Vigil concentran los medios en Argentina. Y si recorremos el mapa de concentración familiar en el continente, podemos ver lo mismo en Brasil, con los Marinho, Frías, Collor y Sarney (estos últimos son el apellido de dos expresidentes) que se apoderan de gran parte de las comunicaciones; o a Slim, que es hegemónico en México; o que los Edwards, Claro y Mosciatti se distribuyen el mercado en Chile; así como los Cisneros y Zuloaga en Venezuela; los Rivero, Carrasco, Duero y Tapia en Bolivia; los Chamorro en Nicaragua y los grupos de Santo Domingo y Santos en Colombia. En tanto que en Ecuador, son 19 las que tienen las 298 de 384 frecuencias de TV abierta y 45 familias poseen el 60% de las más de mil concesiones de radio AM y FM.
A su vez, estas empresas familiares están aliadas a corporaciones transnacionales como la News Corporation, Viacom, Time Warner, Disney, Sony y Prisa, que se relacionan a estos grupos multimediáticos regionales para la provisión de productos y servicios audiovisuales, incluso adquiriendo activos y ocupando lugares en sus estructuras de gestión. Como resultado directo, el 85,5% de las importaciones audiovisuales de América latina proviene de los Estados Unidos, compuesto de más de 150 mil horas de films, series y eventos deportivos de ese país, presentados por emisoras televisivas del continente.
Este escenario tiene impactos negativos para la región, porque la concentración mediática en América latina provoca la exclusión de otros operadores que no pueden competir contra los precios predatorios que sostienen estas empresas, además de los controles oligopólicos sobre la producción, distribución y difusión de contenidos, a través de patentes y derechos de propiedad intelectual por parte de estos grupos. La entrega de los premios Martín Fierro en Argentina mostró un ejemplo de cómo los medios concentrados abandonan áreas de cultura o formación educativa, que son abordados por la TV pública que obtuvo 5 reconocimientos esas áreas, y se concentran en formatos de entretenimientos, de mayor rentabilidad por audiencia. Además, la transnacionalización de contenidos reduce la presencia de identidades nacionales o regionales, resignificando valores y sentidos históricos de la sociedad. Por ejemplo, en plena integración con Brasil no existen canales brasileños en la programación de ese país.
Y el tema no se cierra en una cuestión de negocios económicos, también se manifiesta en lo político. En defensa de sus posiciones dominantes en los mercados de información y comunicación, los grupos concentrados operan sobre el poder político para lograr sostener una escasa regulación o liberalización del sector. Mientras los gobiernos acompañan sus estrategias comerciales y empresariales, reciben protección mediática, en tanto que se cuestione sus intereses cierren filas contra los mismos, incluso de manera manifiesta, como lo hace el Grupo de diarios de América, fundado en 1941, que nuclea a once diarios de países de la región: La Nación (Argentina), O’Globo (Brasil),El Mercurio (Chile), El Tiempo (Colombia), La Nación (Costa Rica), El Comercio (Ecuador), El Universal (México), El Comercio (Perú), El Nuevo Día (Puerto Rico), El País (Uruguay) y El Nacional (Venezuela), que abiertamente se opone a los gobiernos del llamado “arco progresista” y opera contra ellos. Este conjunto de periódicos tiene un alcance de 5 millones de ejemplares por día y una tirada que llega a 10 millones los domingos.
Más aún, frente a la crisis de los partidos tradicionales, las clases dominantes del continente se expresan a través de estos medios, en alianza con cadenas internacionales, enfrentándose a los gobiernos populares de la región. Por eso, sostener la idea de un periodismo independiente en un contexto de monopolización y confrontación política, al menos peca de ingenuidad y no comprende su alienación laboral, o actúa como la Sociedad Interamericana de Prensa, compuesta por los dueños de las corporaciones mediáticas, en representación de una seudo-libertad de opinión frente a los “presidencialismos” agobiantes de América latina.
Pero en este contexto, no es casual que los gobiernos de América latina se preocupen por los Medios de Comunicación, pero no para restringir la libertad de expresión, sino para garantizar su pluralismo. Y esto no es una agenda sólo de los gobiernos de izquierda, forma parte también de las políticas públicas de los gobiernos conservadores, como Colombia, México o Chile, antes de Bachelet, donde se avanzó hacia una legislación de medios comunitarios y recientemente recibió una crítica del Departamento de Estado Norteamericano, que en su reporte anual de prácticas de DDHH advirtió que si bien “la constitución provee de libertad de discurso y de prensa, y el gobierno respeta estor derechos, la mayoría de los productos mediáticos se encuentran en las manos de dos importantes empresas familiares, Copesa y El Mercurio”. En tanto que México y Bolivia propiciaron cambios constitucionales, y en Venezuela en 2004 y Argentina en 2009 se generaron nuevos marcos regulatorios, en Colombia y Brasil el debate está presente en las agendas electorales de este año. Sin duda, la desconcentración y el pluralismo de los medios de comunicación son un desafío pendiente de las jóvenes democracias latinoamericanas que se enfrentan a estas nuevas oligarquías de los monopolios multimediales.
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